El miércoles 6 de septiembre del 2017, un día infame para la sociedad catalana, y por ende para la española, pudimos ver en primicia informativa la culminación de un ciclo conspirativo de un movimiento secesionista que se constituyó a finales de los años sesenta y culminó su primera fase en la década posterior. Me estoy refiriendo a la entonces llamada Assemblea de Catalunya, hoy denominada Asamblea Nacional de Catalunya. Por fin, la burguesía catalana predominante durante décadas, insertada también en los ambientes más progresistas de la izquierda catalanista, ante el peligro de su extinción hegemónica, ha dado el paso definitivo, según ellos, sin retorno. Por fin aquel movimiento de liberación socio-político en su lucha contra el franquismo que siempre será recordado por aquella frase tal célebre de: “Llibertat, Amnistía, Estatut de Autonomía” nos ha mostrado el verdadero objetivo de una buena parte de su dirección: romper con España y ser hegemónicos bajo una nueva bandera.
Ahora todo comienza a tener sentido tras largos años de duda sobre lo que el pueblo pensaba cuando pedíamos “libertad”, y lo que algunos lo entendían no como su lucha contra el franquismo sino contra el Estado español mismo. Que cuando exigíamos la “amnistía” para todos los represaliados por el Régimen, ellos pensaban en sus patriotas detenidos. Véase como ejemplo las fianzas para algunos de los represaliados de los llamados “113” donde solo algunos de ellos, los de identidad catalanista contrastada, fueron liberados con suculentas fianzas, mientras que el resto, socialistas incluidos, tenían que pasar unos cuantos días más en chirona. Y que cuando reclamábamos el “Estatut de Cataluña”, en realidad lo que algunos deseaban era una situación como la actual.
Numerosas han sido las conversaciones que he tenido con altos cargos del Partido Socialista en Cataluña denunciando las verdaderas intenciones de ese movimiento separatista, ANC, y su brazo económico, Omnium Cultural, que a corto plazo nos podría crear un problema indisoluble tanto a la sociedad catalana como a nosotros mismos. La indiferencia y alguna sonrisa fue la norma. Daba la sensación que solo la palabra de los líderes políticos y los mass media manipulados tenían el don de la verdad. No hay rencor, al menos por mi parte, aunque reconozco que hemos malgastado un tiempo precioso y que, desde luego han sido más listos que nosotros aprovechándose de nuestra ingenuidad y del llamado “buenismo” bien intencionado. Incluso no hace mucho algunos de mis compañeros de Partido se esforzaban en negar, o negarme, lo evidente ante la incredulidad, creo yo, de ellos mismos. Sí, compañeros, se trata de un golpe de Estado, a la catalana, pero golpe de Estado.
¿Y ahora qué?…
Todos hemos interpretado hasta donde piensan llegar, y por otro lado hemos visto también la reacción valiente y serena de toda la oposición constitucionalista en el Parlament de Catalunya. Una actitud, la de nuestros compañeros que con su gesto de abandonar la sala de Plenos han conseguido dejar en evidencia ante la opinión pública a los secesionistas y más importante todavía; por fin han conseguido llevar la iniciativa política frente a los involucionistas, una estrategia que espero no la abandonen nunca más. Enhorabuena Miquel, Alicia, etc., y a otros no menos importantes, los que rigen los ayuntamientos catalanes. Felicitaciones, David Bote, Nuria Parlón, Nuria Martinez, Ángel Ros, Félix Ballesteros, y tantos y tantos que estáis dando una lección de servicio cívico al país, a Cataluña, a la militancia y a la sociedad española en su conjunto.
En los próximos días vamos a pasar por momentos complicados donde la serenidad ha de imperar sobre la crispación que degenerará en frustración generalizada de una sociedad catalana rota y confusa. Conociendo a los que dirigen este guirigay identitario, no creo que se echen para atrás. Llevan cuatro décadas fabricando esta conspiración y no lo van a dejar. Hay que esperar al día después para buscar soluciones políticas y sociales que nos permitan vivir en paz. Ahora es el momento de hacer cumplir la ley por la que nos regimos todos los españoles y ayudar a que se cumpla. Ojalá esté equivocado pero pienso, como dice Coscubiela, que ya no hay tiempo para negociar.
Todo está boca arriba, ya no hay truco, ahora toca esperar y defender los intereses de esta sociedad que algunos quieren fragmentar. Tampoco soy partidario de la “conllevancia” llevada hasta ahora como predijo Ortega y Gasset, entre las dos formas de pensar y sin ninguna solución final. Más bien soy partidario de que la misma sociedad en su conjunto sabrá encontrar a nuevos interlocutores, los mejores, de los que habla Ortega. Esos que hasta hoy la misma sociedad en su conjunto los rechaza y sin saber aprovecharlos, a menudo los aniquila. Creo que si España en su conjunto quiere corregir su suerte y lanzarse de nuevo a una ascensión histórica, gloriosamente impulsada por una gigantesca voluntad de futuro, tiene que cortar en lo más hondo de sí misma esa radical perversión de los instintos sociales.
No intento profetizar sobre el futuro del encaje entre parte de la sociedad catalana y el resto de la española; sin embargo, tengo esperanza en superar lo que de nuevo Ortega define como “el particularismo”; o sea, aquel estado de espíritu en que creemos no tener por qué contar con los demás. Unas veces por excesiva estimación de nosotros mismos, otras por excesivo menosprecio del prójimo. Es ahí donde perdemos la noción de nuestros propios límites y comenzamos a sentirnos como todos independientes.
No es el ayer, el pretérito, el haber tradicional, lo decisivo para que España exista tal como lo es. Este error nace de buscar en la familia, en la comunidad nativa, previa, ancestral, en el pasado, el origen del Estado. Las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana. No es necesario, dice Ortega, ni importante, que las partes de un todo social coincidan en sus deseos y sus ideas; lo necesario y sustancial es que conozca cada una, y en cierto modo viva, los de las otras. En definitiva, no habrá solución sino encontramos un objetivo común donde todos dentro de nuestras diferencias nos encontremos cómodos sin renunciar a nuestra razón de ser basada en la igualdad y la justicia social que nos hemos dado. Busquemos ese objetivo que nos una y de nuevo seremos grandes como sociedad y como individuos. Comencemos a trabajar…
Eduardo Valencia es Doctor en Historia, Presidente de Ágora Socialista y miembro del PSC. 23 de Septiembre del 2017.
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