Fernando Martínez Vidal (*): “Vendetta”

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Ese halo de campechanía, de espontaneidad, de cercanía, el mismo que en su día exhibiera Jesús Gil y Gil, suele ocultar personalidades aviesas, que no escatiman en recursos con tal de ver cumplidas sus ambiciones, y que respetan las reglas en la medida que les son útiles; cuando no lo son, simplemente las cambian. Véase si no Eurovegas.

Arículo publicado en “La Noticia Imparcial> 8/2/2013

A mediados de septiembre del año pasado, Esperanza Aguirre dejó por sorpresa la presidencia de la Comunidad de Madrid, alegando además que pasaba a un segundo plano de la actividad política. Abocados a admitir la evidencia de lo primero, materializada en su relevo físico por Ignacio González, muchos recelábamos de la verosimilitud de lo segundo. Su foto casi cada mañana en las portadas de los periódicos, su continua romería por cadenas televisivas y radiofónicas y su creciente presencia en las redes sociales han terminado dándonos la razón. Esperanza Aguirre no solo está ‘viva’: lo está más que nunca.

Pero seamos cuidadosos. Conviene huir de la seducción que personajes así, tan proclives al populismo, ejercen sobre las masas. Ese halo de campechanía, de espontaneidad, de cercanía, el mismo que en su día exhibiera Jesús Gil y Gil, suele ocultar personalidades aviesas, que no escatiman en recursos con tal de ver cumplidas sus ambiciones, y que respetan las reglas en la medida que les son útiles; cuando no lo son, simplemente las cambian. Véase si no Eurovegas.

Y es que hay pocos primeros actores de la política española capaces de decir una cosa y hacer la contraria con tanta naturalidad como ella. Escribí hace una semana que es difícil encontrar a alguien tan caradura como Mª Dolores de Cospedal. Bueno, tal vez se deba a que es mayor, o puede que al innegable don que posee para salir airosa de cualquier situación –accidentes aéreos y atentados terroristas incluidos–; el caso es que ahí está su enemiga íntima Esperanza Aguirre para enmendarme. Cuando ‘dejó’ la política activa para reingresar en su puesto en el Ministerio de Turismo, Aguirre nos recordó a todos, ejemplo de humildad el suyo, que no se puede permanecer eternamente en política, que la política no es una profesión ni un oficio. Lo decía tras ‘sólo’ tres décadas en política activa, como concejala en Madrid, ministra, presidenta del Senado y presidenta de su Comunidad. Vaya, que ella había estado de paso. Recuerdan sus palabras a las de la nueva adalid de la demagogia y el populismo, Rosa Díez, que utiliza el término ‘políticos’ para referirse peyorativamente a sus adversarios, olvidando que en su caso, son más de treinta y cinco los años que lleva ocupando cargos públicos de relevancia.

El caso es que la hiperactividad de Aguirre –otra de cuyas habilidades destacadas es desviar la atención de los problemas reales para proyectarla sobre otros más o menos inventados–, está siendo especialmente notoria desde que se ha desencadenado esa especie de ciclogénesis explosiva que es para el PP el caso Bárcenas y sus daños, individualizables en los ministros Cristóbal Montoro y Ana Mato, y muy significadamente en el presidente virtual Mariano Rajoy. Aguirre no se ha cortado a la hora de pedir ejemplaridad, contundencia. De exigir la asunción de responsabilidades. Siempre a otros, claro. Como si ella no hubiese sido presidenta de la Comunidad de Madrid, uno de los epicentros de la trama Gürtel, todos estos años, y como si no continuara siendo presidenta del PP madrileño, pese a ser ahora empleada de una empresa privada de ‘cazatalentos’ (al enterarse, Rafael El Gallo habría repetido aquello de “hay gente pa’ tó”). Ya se sabe, para la derecha, la confusión entre lo público y lo privado no plantea el menor problema filosófico, ético, o moral.

En su deriva revisionista, Esperanza Aguirre ha llegado incluso a hablar sin ruborizarse de regeneración democrática. Algún ingenuo, algún tonto de buena fe hasta le habrá comprado el discurso. A veces este país da muestras de una endeblez memorística alarmante. Ya nadie recuerda cómo accedió ella a la presidencia de Madrid: sí, amigos sí, con el Tamayazo.

Parece, en definitiva, que ella, que nunca terminó de irse, está preparando un regreso triunfal, entre aclamaciones de propios y extraños. El PP, y sobre todo el gobierno, están tocados, muy tocados. Puede que el caso Bárcenas sea para el ejecutivo de Rajoy lo que aquel iceberg en medio del Atlántico fue para el Titanic. Por mucho que se quiera convencer a los demás de lo contrario, el barco va a terminar hundiéndose. Aguirre lo sabe y quiere resurgir de los restos del naufragio, porque entre sus destrezas también está la de pescar en río revuelto. Según diversos medios, esta semana se ha enfrentado abiertamente en una reunión provincial del PP a Ana Mato, Ana Botella y a su citada íntima enemiga, Dolores de Cospedal. No es ninguna noticia que las aguas del PP madrileño hace tiempo que bajan turbias. Las del PP nacional, de la mano de Bárcenas, sus sobres y todo lo demás, han terminado por contagiarse, e incluso desprenden un insoportable hedor. Aguirre, oportunista como nadie, ve la ocasión de regresar. Un regreso con V. No sé si de victoria; casi seguro que sí de vendetta.

(*) Fernando Martínez Vidal es Portavoz del Grupo Socialista en el Ayuntamiento de Écija (Sevilla), ex miembro del Parlamento de Andalucía (2004/2012).

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