LA IZQUIERDA NO IDENTITARIA EN CATALUÑA. Esplendor y declive

 

 

ORIGEN DEL INDEPENDENTISMO EN LA CATALUÑA DEL SIGLO XXI. LA ASAMBLEA DE CATALUÑA

Esplendor y declive en Cataluña del socialismo no identitario (FSC-PSOE)

 Agradezco la oportunidad que me habéis ofrecido de estar aquí con vosotros para poder aportar un nuevo enfoque al origen de lo que muchos conocemos como el “problema catalán”. Todos, o la mayoría de los aquí presentes hemos visto el resultado y las consecuencias que han provocado una parte de la clase política catalana apoyada por buena parte de la sociedad. Yo, lo que quiero aportar aquí es demostrar cual fue el origen y la estrategia seguida por los políticos catalanistas que derivaron en su actual deriva independentista; y por otra, los errores cometidos por el sector político “no identitario” a lo largo de los últimos 50 años.

Para ello, es necesario explicar lo que hoy conocemos históricamente como La ASAMBLEA DE CATALUÑA, y la influencia que tuvo esta, por un lado, en la creación de la Asamblea Nacional Catalana, y por otro, en el declive político y social del socialismo no identitario en Cataluña.

Para demostrar la conexión entre estas dos Asambleas, nos tendríamos que remontar al 7 de noviembre del 2011. Aquel día hubo una reunión multitudinaria en una Iglesia del barrio del Raval, Sant Agustí se llama, a la que asistí. El motivo oficial era conmemorar el 40 aniversario de la fundación de la AC, por eso me invitaron como autor de una de las dos tesis doctorales que hay publicadas sobre esa organización. Sin embargo, lo que presencié, sin sospechar lo más mínimo, fue la puesta en escena de un movimiento de carácter secesionista donde cientos de delegados venidos de toda Cataluña refrendaban dicha organización con aplausos y gritos que me hicieron recordar experiencias totalitarias de tan funesto final. Allí había gente conocida, la mesa presidida por Carmen Forcadell junto a históricos de ERC (Carbonell), Sellarés de CiU, etc. Incluso asistió el actual Secretario General de UGT, Pepe Álvarez en calidad de no sé qué.

En esos días, todavía gobernaba Zapatero. Así que, mi reflexión en los días posteriores fue en la línea de que Rajoy, el PP, junto con la revisión del Nuevo Estatut, y la depresión social provocada por la crisis económica, iban a ser la coartada perfecta para hacer triunfar el movimiento que se ponía en marcha. Por fin, todo lo ocurrido en aquellos días me despertó de la ilusión de que la consecución del Estatut de Cataluña refrendada en el Congreso de los Diputados, nunca fue el fin del inconformismo catalán, sino el comienzo y la base para conseguir el objetivo real: La Independencia.

Hagamos un poco de repaso histórico.

En Cataluña, al igual que el resto del Estado, nunca se dio por concluida la presión antifranquista iniciada desde el mismo momento de la derrota republicana. Sin embargo, fue a partir de los años sesenta cuando en España las organizaciones de oposición al régimen comenzaron a resurgir del olvido apoyándose en la creciente conflictividad social, laboral y estudiantil que encontró en el antifranquismo el nexo aceptado por la mayoría opositora. Incluso la propia Iglesia, hasta aquellos momentos aliada del régimen, comenzaba a decantarse hacia un progresismo más abierto a la modernidad y a las corrientes políticas de la izquierda, proliferando los llamados “curas obreros” seguidores de la doctrina emanada del Concilio Vaticano II y por la nueva actitud del Papa Pablo VI, mucho más crítica con el régimen.

En marzo de 1966, la convocatoria en Barcelona para la creación de un movimiento de protesta estudiantil, el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB), contrario al estricto control del régimen franquista ejercido a través del Sindicato de Estudiantes Universitarios (SEU), culminó con la detención masiva de sus dirigentes en la llamada Caputxinada (convento de los capuchinos). Fue entonces cuando, tras la puesta en libertad de estos alumnos y profesores, surgió una iniciativa política unitaria de oposición formada por un conglomerado de representantes de partidos que fue llamada la Taula Rodona Democrática.

Desde aquel momento y por iniciativa de algunos de los componentes, empezó a gestarse una organización política de carácter superior, la Comissió Coordinadora de Forces Polítiques de Catalunya (CCFPC) que, entre 1968-69 acordó, a partir del principio de no-exclusión, constituirse como una fuerza política unitaria en la clandestinidad y establecer las ideas básicas de las que surgiría un futuro programa político.

El documento fundacional de esta plataforma trataba, a grosso modo, de la obtención de las libertades democráticas, de la amnistía para los presos políticos, de la libertad sindical, del derecho de huelga, de las mejoras inmediatas que afectaban directamente a la situación de la clase trabajadora, y del restablecimiento del Estatuto Autonómico de Cataluña de 1932, derogado por el gobierno franquista.

Esta Comisión estuvo impregnada desde su inicio por un catalanismo transversal transmitido a través de la iniciativa de sus propuestas, siendo el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) el que marcaba principalmente la estrategia a seguir. Su mayor acierto fue llegar al convencimiento de que para conseguir sus fines ideológicos e identitarios era necesario el apoyo de la clase obrera y de las diferentes asociaciones de carácter sindical y social.

La Coordinadora, que es como se la llamaba coloquialmente, formada por: ERC, FNC, MSC, PSUC y UDC, buscó y mantuvo formas de relación bilateral y multilateral con partidos y grupos de la oposición que no estaban en ella, como la Federación Catalana del PSOE (FSC-PSOE), el Partit Socialista d’Alliberament Nacional (PSAN), los carlistas, los monárquicos, la Organización Comunista de España. Bandera Roja OCE (BR), el Partido Comunista de España (marxista- leninista), etc., a la vez que se esforzó por relacionarse y debatir con los partidos y grupos de la oposición democrática del país. Así es como empezó a gestarse lo que conocemos como la Asamblea de Cataluña.

La visión que se tenía desde el ámbito no identitario sobre el impacto popular ejercido por esta Comisión Coordinadora era más bien negativa y de escasa atracción, por lo que no sorprendió a nadie que, al poco tiempo, la Comisión abriese el abanico a todos los entes y personas que se pronunciaban contra la Dictadura, y que deseaban luchar por su eliminación. En definitiva, quedaba claro que a partir de entonces era necesaria la acción y el apoyo de la clase obrera y estudiantil para conseguir los objetivos marcados en su constitución.[1]

También fue en ese momento cuando comenzó a tener protagonismo una nueva plataforma unitaria surgida de la famosa “tancada” de Montserrat, fruto de las protestas realizadas contra el Proceso de Burgos, a finales de 1970. Era la llamada Asamblea de Intelectuales, una organización de carácter burgués que llegó a tener una influencia decisiva en la Asamblea de Cataluña a lo largo de su existencia, pues todo lo relacionado con la polémica sobre la vía al derecho de autodeterminación, provenía de ellos.

El papel efectuado en la AC por otros partidos provenientes de una raíz socialista, como Convergencia Socialista de Catalunya (CSC) junto con la Federación Catalana del PSOE (FSC-PSOE), fue contradictorio entre ellos y mantenían entre ellos fuertes discrepancias. Este razonamiento se confirma cuando se ponen de manifiesto dentro de la Asamblea las contradicciones entre ambos proyectos socialistas: por un lado, la apuesta de CSC (Raventós) favorable al Estatuto de Cataluña y a la transversalidad identitaria inherente a la Asamblea desde su inicio; y por el otro, la postura de la FSC-PSOE (Triginer), que era contraria a esta posición, pues mientras el primero lo consideraba esencial para la lucha democrática, el segundo simplemente lo contemplaba como desfasado.

Lo sorprendente del caso fue que esa clara discrepancia identitaria surgida dentro de la Asamblea entre los representantes socialistas desapareciese al poco tiempo casi en su totalidad en las ejecutivas de ambos partidos, que no en sus bases de militancia, conforme se acercaban los primeros comicios democráticos después de casi cuarenta años.

Así pues, había llegado el momento en que el interés partidista prevaleciese sobre el ideológico, acabando los socialistas por fundirse entre ellos, en lo que algunos llamaron “la unión del socialismo”, transformándose en un único partido de carácter catalanista, el Partit Socialista de Catalunya (PSC), cuyo objetivo más importante como representantes de la izquierda democrática en Cataluña era desplazar al PSUC a un segundo plano en las primeras elecciones democráticas.

 Sin embargo, esta maniobra diseñada por los dirigentes socialistas de federarse entre ellos no condujo a buena parte de sus votantes hacia el catalanismo, aunque sí los encuadró en un sistema de partido catalán. Decía Jordi Pujol:

“El PSC de Joan Reventós y la Federación Catalana del PSOE de Felipe González- dice Jordi Pujol- firmaron un pacto electoral que de momento se presentó con el nombre de Socialistes de Catalunya, pero acabarían uniéndose los dos partidos con las siglas PSC- (PSC-PSOE). Una decisión importante para los socialistas catalanes y para Cataluña y a la vez difícil e incierta, ya que consagraba la vinculación y en buena parte supeditación del socialismo catalán al socialismo español. Dada la situación en Cataluña, los socialistas catalanes quizás no tenían otra opción. La posibilidad que los inmigrantes llegados a Cataluña en los años cincuenta y sesenta débilmente integrados orientasen sus preferencias políticas hacia partidos no catalanes era bien cierta. El PSOE, en solitario, habría podido atraer muchos votantes. El peligro lerrouxista era latente. La maniobra de los dirigentes del PSC de federarse con el PSOE no condujo a estos votantes hacia el catalanismo, pero los encuadró en un sistema de partido catalán. Con el lastre de la dependencia del PSOE en muchos aspectos, pero, con todo, situados en un campo de juego catalán”.[2]

Tras esta confrontación de ideas, surgió un claro perdedor dentro de la militancia socialista que fueron los partidarios de las tesis llamadas españolistas. Joaquim Jou Fonolla, dirigente de la Ejecutiva socialista de la FSC-PSOE, decía en aquellos días lo siguiente:

“Nuestra base se siente molesta porque no ha participado ni en la decisión de formar la candidatura con el PSC ni en el hecho de que los Socialistas de Cataluña se hayan configurado en minoría parlamentaria. El malestar viene también dado porque la imagen del PSOE en Cataluña ha quedado diluida con la candidatura y sus hombres han figurado como segundones, sin protagonismo. (…) Cuando se votó en el Comité Nacional de Cataluña, el presentarnos, o no, junto con el PSC Congres, 15 votos fueron favorables y 13 en contra con dos en blanco. (…) Se quería saber la implantación de nuestro partido en Cataluña y clarificar el espacio socialista. (…) Quizás el PSC tenía hombres más conocidos, pero nosotros teníamos militantes preparados. También se dice que nosotros llevábamos los votos y el PSC la organización y en este sentido he de decir que organización todavía nos falta. (…) No soy catalanista ni españolista. Soy catalán y basta, pero políticamente soy socialista”. [3]

Permitidme que de nuevo lea unas cortas pero muy interesantes reflexiones de otro socialista cuya presencia fue decisiva en la creación del PSC. Unas declaraciones que demuestran cómo se forjó el destino a la práctica desaparición del socialismo no identitario en Cataluña.

“Convoqué una reunión con los socialistas del PSOE. El salón, repleto de militantes, rezumaba espíritu patriótico de Partido. Todos protestaban porque consideraban que se relegaba a los socialistas de la Federación, en beneficio del grupo de “intelectuales” cercanos a las tesis nacionalistas que ellos no compartían. Tuve que tragarme el corazón y con un discurso que no lograba dominar por completo intenté mostrarles la importancia que para la conexión de los ciudadanos de Cataluña y el socialismo tenía el presentarnos ante el pueblo como un sólo grupo socialista. Fue una intervención capciosa, pues yo mismo no estaba convencido plenamente de lo que decía. Se votó, y aceptaron mis argumentos. Muchos expresaron que lo hacían porque los defendía yo, no porque creyeran en ellos. Me sentí mal. Tenía la angustiosa sensación de estar equivocándolos, de engañarlos. Mucho tiempo después, y a tenor de la evolución de los hechos, un sabor salado me sube a los labios: es el gusto de la incertidumbre acerca de mis actos. ¿Debí negarme a un acuerdo que efectivamente ha ido de forma paulatina imponiendo unas tesis que la Federación Socialista del PSOE no aceptaba? Estas son las marcas que deja la responsabilidad. Tomar decisiones no es tan difícil; salvar tu conciencia de los efectos morales de las decisiones es un pago inevitable.”[4] Alfonso Guerra.

Lo sorprendente del caso es que hace algunos años, en una conferencia parecida a la que asistimos hoy, y a la que asistieron parte de la Ejecutiva de la FSC-PSOE presidida por su secretario general Josep Mª Triginer, éste, en el turno de debate afirmó que días antes de las primeras elecciones democráticas, en 1977, y antes de la unificación de los tres partidos socialistas, recibió un informe con el sondeo de intención de voto del PSOE en Cataluña, augurándole la mayoría absoluta. La decisión de esconder ese documento en el “calaix” y no compartirlo con su ejecutiva sigue siendo para mí un misterio, aludiendo él, que el PSOE no contaba en Cataluña con políticos preparados intelectualmente para dirigir un país. Por eso decidió ceder el protagonismo a los dirigentes del PSC Congrés, Raventós, Serra, Maragall, etc.

Sigo pensando, hoy en día, que parte del origen del problema político actual sigue descansando en un cajón…

 El pacto de constitución de la Asamblea de Cataluña tomó su forma definitiva en noviembre de 1971 mediante una declaración donde fueron incluidos los cuatro puntos esenciales de coincidencia: la consecución de la amnistía general; las libertades de reunión, expresión y asociación; el restablecimiento del Estatuto de Autonomía para Cataluña como vía para llegar al pleno derecho de autodeterminación, y la coordinación en la acción de todos los pueblos peninsulares en la lucha democrática.

Por otro lado, el papel de los sindicatos en la A.C, mayoritariamente de CC. OO, influyó de forma determinante tanto en la constitución como en el propio desarrollo de la Asamblea. Estos, procuraron defender los intereses de la clase obrera bajo una estrategia peculiar: Por un lado, tratando de vincular esta plataforma unitaria con importantes sectores de la población; y por el otro, conseguir el respaldo y la identificación de la población inmigrante y trabajadora a las reivindicaciones nacionales. Esta estrategia resultó contraria a lo esperado, ya que, lo que se consiguió fue más bien un rechazo al régimen dictatorial que no a la adopción de otros anhelos identitarios.[5]

También queda claro el punto de vista de algunos de los participantes de la Asamblea que demostraron la justificación de su actitud colaboradora. Estos, aun estando en desacuerdo con alguno de sus fines esenciales, aceptaron trabajar en pro de una serie de principios tan fundamentales que explicaban esa actitud, dando a entender que las circunstancias políticas relegaban a segundo y terceros planos otras cuestiones que pudieran ser básicas en los particularismos de los distintos programas. Algunos de ellos, fueron mucho más críticos con esta organización, llegando a afirmar que en las reuniones en las que participaban se repartían documentos con propuestas predeterminadas de antemano, facilitando la idea entre algunos de manipular la información por parte del PSUC. De todos modos, era un foro donde había que estar, a veces sin compartir lo que se decía. Esta hipótesis viene confirmada por el testimonio de Rafael Núñez, antiguo representante del PCEi cuando hace referencia a la “necesaria catalanización” de su partido para poder paliar las objeciones dentro de la Asamblea y, de esta forma, hacer política en Cataluña. Esta camaradería catalanista dentro de la Asamblea contribuyó al fortalecimiento de lo que conocemos como el “oasis catalán” donde todos eran amigos y daba lo mismo estar en un partido o en otro, contribuyendo de esa forma a la exclusión de los que pensaban diferente, afirmando algunos de ellos que había reuniones a –petit comité– de la Asamblea donde no se invitaba a los críticos con esta posición. Incluso uno de los acérrimos defensores de la Asamblea, el desaparecido, Josep Benet, terminó confesando en sus escritos que en la última Comisión Permanente que asistió, resultaba casi innecesaria su presencia, pues todo estaba hecho antes de entrar.[6]

Sin embargo, la crítica más contundente sobre la Asamblea la expuso el presidente de la Generalitat de Cataluña en el exilio, Josep Tarradellas, que se opuso desde los inicios a esta como anteriormente se había opuesto a la CCFPC, calificándola como: inmovilista, confusionista y folklórica, atribuyendo su creación a la conjunción de esfuerzos de los comunistas, los benedictinos de Montserrat y el “espíritu de Bratislava”.[7]

 

Algunos historiadores han intentado demostrar, y al parecer con éxito, que buena parte del pensamiento político de la segunda mitad del periodo franquista se invirtió en recuperar una tradición interrumpida del catalanismo de izquierdas, desembocando en una reelaboración de los conceptos de nación, de nacionalismo, y en la formulación de un proyecto político catalán vinculado a una propuesta de reorganización del Estado. Un proyecto que ha llegado hasta nuestros días con sus impredecibles consecuencias.

Sin embargo, es el profesor José Antonio González Casanova el que aporta más claramente las dos ideas claves de cómo se formó la estrategia nacionalista en Cataluña: Por un lado, la reivindicación de la causa nacional, y por el otro, la consecución del autogobierno catalán. En consecuencia, ambas estrategias solo podrían triunfar si los trabajadores asumieran el protagonismo hegemónico de la lucha y recibieran el soporte solidario del resto de la clase obrera española, por lo que sería necesario dirigirse posteriormente hacia un pacto federal con los otros nacionalismos del Estado, única vía posible para crear una nueva nación española, una nueva realidad natural más grande y potente, una “nación de naciones”.[8]

Todos estos argumentos descritos dieron sentido a que en la etapa final del franquismo la Asamblea derivase de facto en lo que se conoció como el Consell de Forces Polítiques de Catalunya (CFPC), donde claramente los partidos no catalanistas fueron vetados de su participación con el argumento de la “obediencia no catalana”, una decisión que excluyó a organizaciones de izquierda como la propia FSC-PSOE y el Partido del Trabajo (PTE).

En aquellos días, Jordi Pujol decía:

“Hay un doble juego que se ha intentado muchas veces pero que nunca ha salido bien, y es que Cataluña ha querido jugar de una parte con su afirmación, afirmación que debe ser muy vigorosa, acompañada de una proyección nuestra, catalana, hacia toda España. No es verdad que nosotros aspiramos solamente a ser presidentes de la Mancomunidad o de la Generalitat, podemos aspirar a ser presidentes del Consejo de Ministros de Madrid, o, al menos podríamos aspirar a ser no un ministro de Marina, pero si un ministro de Fomento, de Hacienda o de Industria y, por qué no, Primer ministro. Desde luego lo veo difícil si nosotros no queremos renunciar y no debemos renunciar a la defensa de nuestra identidad. Pero hay el otro objetivo, que es que nosotros debemos tener una política de proyección a escala española y naturalmente ésta será diferente pensada desde Barcelona que no desde Madrid. Nosotros tenemos unas líneas definidas para la actuación política en España, la línea europeísta que nos viene dada por la geopolítica. Cataluña es una marca hispánica que nació como frontera sur de los francos, no como último reducto de los visigodos”.[9]

En los años setenta, y hoy en día también, todo lo relacionado con la identificación nacional tenía un doble componente unificador y diferenciador, aunque algunos de los participantes de la Asamblea, concretamente los no nacionalistas, entendieran ingenuamente que el simple restablecimiento del Estatuto de Cataluña suponía entender el hecho nacional catalán, creyendo erróneamente que ese logro sería el punto de llegada y no el de partida.

Algo parecido ocurría en Cataluña con la marginación de la lengua autóctona, el catalán, sufrida por buena parte de sus habitantes. Esta situación, injusta y discriminatoria, resultó ser un punto de unión que fue aprovechado y acrecentado por los partidos catalanistas dentro de la Asamblea, unidos bajo el slogan de ¡Llibertat d’expressió!; así como la identificación de estas organizaciones con parte de la población. Por aquel entonces, el propio líder del PSUC, Gregorio López Raimundo, anunciaba, al parecer sin éxito, que las organizaciones democráticas catalanas tendrían que aplicar cotidianamente el criterio de no discriminación sobre los derechos de los emigrantes, por lo que habría que conservar su lengua y su cultura y que sus hijos pudieran recibir, si lo eligiesen, enseñanza en su lengua materna en las escuelas públicas. Sorprendentemente, a los pocos días, este, tuvo que renegar de estas afirmaciones obligado por sus propios compañeros de partido que no compartían estas tesis de “igualdad de expresión”.[10]

En cuanto al llamado derecho de autodeterminación, por supuesto que las organizaciones catalanistas inmersas en la Asamblea discrepaban profundamente de aquellas que entendían ese concepto a partir de una visión internacionalista ligada a la emancipación e independencia de las colonias africanas y asiáticas -recordemos la guerra del Vietnam y el conflicto del Sahara Español- y que tenían como referencia la lucha contra el imperialismo americano, siendo este asunto un tema no prioritario. Solo en ese plano, la posición socialista estuvo enmarcada dentro de un ámbito internacionalista y que su postura sobre el Estatuto y el retorno de la Generalitat se entendía como la obtención de un hecho democrático.

Por desgracia, el espíritu de colaboración con el que tuvieron que actuar en la Asamblea los partidos de obediencia no catalana, que es como se les calificaba, no obtuvo su recompensa en los resultados perseguidos por éstos, aunque algunos de sus dirigentes se dieran por satisfechos, algo que todavía a fecha de hoy seguimos lamentando. Ese fue el caso de su secretario general, Josep M.ª Triginer, que en un breve intercambio de ideas llegó a comentarme que: “Nosotros íbamos a tener el gobierno de España, también teníamos el poder de los sindicatos, luego algo habíamos de dejarles a ellos”.[11]

Así pues, desde la dirección de la AC. se fijó como objetivo prioritario la identificación del Estatuto de Autonomía de 1932 con la ciudadanía catalana, y que los partidos del mismo ámbito de actuación también participaron de un enorme esfuerzo divulgativo para obtener el apoyo de los obreros inmigrantes en favor de las aspiraciones nacionalistas hasta el punto de que éstos o, más bien, parte de ellos, llegaron a identificarse con las reivindicaciones catalanistas a pesar de su poca adaptación a la lengua local y de la procedencia de sus raíces culturales, extrañas a la catalana. Esta acción identificadora se hizo patente con la participación masiva de los trabajadores en las manifestaciones efectuadas con motivo de la Diada de Cataluña en 1976 y 1977, aunque algunos atribuyeran intencionadamente esa postura como una simple respuesta al rechazo de la dictadura.

No obstante, a pesar de los proyectos unificadores de unos pocos, la realidad se impuso sobre el deseo, ya que continuaron los guetos urbanos identificados con la inmigración y la discriminación del poder local y autonómico. Esto derivó en la práctica existencia de dos comunidades diferentes y complementarias dentro de la sociedad catalana.[12] Por lo tanto, resulta evidente que la simbiosis que se pretendía realizar al identificar la clase trabajadora con el hecho nacional catalán trajo unas consecuencias que se hicieron palpables al poco tiempo. Efectivamente, estas secuelas se pusieron de manifiesto en el momento que se dejó hablar al pueblo en los primeros comicios autonómicos celebrados en 1980. Curiosamente, se registró una alta abstención entre el voto inmigrante socialista, principalmente el residente en el Área Metropolitana de Barcelona, el cinturón rojo, que no pudo digerir ese conglomerado de tradiciones e ideologías identitarias tan diferenciadas de las suyas tras la fusión del tripartito socialista unificado bajo las siglas del PSC, sumado esto a la sensación de que el candidato socialista, Joan Reventós, sin quitarle mérito a su espíritu de unidad, no encajaba en el sector españolista, produciéndose una sangría de votos en ambos sentidos que, a día de hoy, seguimos padeciendo.[13]

FIN DE LA ASAMBLEA

A finales de 1975, esta organización se convirtió en una nueva Asamblea de Cataluña Transformada, estando su dirección política representada exclusivamente por partidos y organizaciones radicales de ámbito catalanista e independentista. El padre Xirinachs denominó a esta organización como la Asamblea Nacional de Cataluña.

CONCLUSIÓN

Cuarenta años después, el objetivo final de proclamar la independencia de Cataluña ha estado a punto de consumarse. Ese objetivo, y no otro, fue la obsesión de una mayoría de los dirigentes de la Asamblea de Catalunya, algunos activos en la nueva ANC.

La gran manifestación del 11 de septiembre del 2012 fue la culminación del primer acto importante de la ANC como preparación del futuro golpe de Estado a realizar cinco años después. No hubo espontaneidad como creo que ha quedado demostrado, más bien ingenuidad por parte de la clase política no independentista al participar inconscientemente del verdadero motivo de ese acto de fuerza ante el Estado. Supongo que algunos de ustedes habrán leído otras versiones sobre la historia reciente de este país. En ese sentido, solo les puedo remitir a la reflexión de lo que el filósofo Hegel nos quiso hacer llegar cuando afirmaba que: quienes en realidad forman parte de la historia que conocemos, no son precisamente sus protagonistas, sino quienes hemos escrito sobre ellos… ustedes decidirán. Muchas gracias.

Eduardo Valencia, septiembre del 2020.

[1]ANC “Informe del Comité Central”, Fondo PSUC, nº230, 1973, pp. 16-17. Véase también Parras, entrevista.

[2]  PUJOL, Jordi, Memòries, pp. 311-312.

[3] Tele/expres, 2-8-1977, Jou Fonolla no cree en la unificación del PSC y el PSOE.

[4]GUERRA, op., cit., pp. 301-303. También ver Tele/expres, 15-12-1977.

[5] BALFOUR, Sebastián, La dictadura, los trabajadores y la ciudad, Valencia, Ed. Alfonso el Magnánimo, 1994, pp. 209-210. También en Treball, diciembre de 1971.

[6] PARRAS COLLADO, Francisco, entrevista personal, “Federación del PSOE y UGT en la A.C.”, archivo personal 18-6- 2005. También en RUIZ, Paulino Antonio. Entrevista personal, Barcelona, 5/2006. Paulino Antonio Ruiz, uno de los 113 detenidos en la parroquia de María Mitjancera, miembro de la FSC-PSOE y posteriormente del POUM. En entrevista efectuada en mayo del 2006. También declaraciones de Josep Benet en Tele/exprés, 26-3-1977.

[7] En COLOMER, Josep M.ª, “La trayectòria de L’Assemblea de Catalunya (1971-77)”, L’Avenç, nº 43, 1981, p. 19.

[8]Ibidem. También en GONZÁLEZ CASANOVA, José Antonio, La lucha por la democracia en Cataluña, Barcelona, Dopesa, 1979.

[9] Tele/expres, 8-6-1974.

[10] Treball, 21-3-1977.

[11] TRIGINER, Josep M.ª, entrevista personal en mayo del 2008.

[12] BALFOUR, op. cit., pp, 209-210.

[13] POWELL, op. cit., pp, 251-252.