Si los gobernantes catalanes no respetan las decisiones y los procedimientos aprobados por el pueblo de Catalunya sus actos no reivindican la soberanía del pueblo sino su sumisión a los caprichos de los gobernantes de turno. No respetar las mayorías y los procedimientos para modificar la legalidad es lo propio de los regímenes autoritarios… La exaltación nacionalista repugna cuando la hacen los demás pero cuando son los «nuestros» parece lo más razonable del mundo…
Incumplir la Constitución y el Estatut, normas aprobadas por el pueblo de Catalunya, sin antes modificarlas con los procedimientos previstos, no es un acto de soberanía sino una simple y pura vía de hecho fundamentada en una mayoría parlamentaria (85 votos) que ni tan siquiera alcanza los dos tercios necesarios para iniciar la reforma estatutaria. Si los gobernantes catalanes no respetan las decisiones y los procedimientos aprobados por el pueblo de Catalunya sus actos no reivindican la soberanía del pueblo sino su sumisión a los caprichos de los gobernantes de turno. Por mucho que digan lo contrario. Su actuación es equiparable a la de una mayoría parlamentaria española que se saltara la Constitución y eliminara las autonomías o instaurara un régimen militar.
Los que se saltan las normas aprobadas por el pueblo que dicen defender y optan por la vía de hecho serán responsables de las consecuencias, si las hubiera, de sus actuaciones. No respetar las mayorías y los procedimientos para modificar la legalidad es lo propio de los regímenes autoritarios. Convertir los medios públicos y concertados en instrumentos de propaganda también es una forma de degradación democrática que nos escandaliza cuando la ejecutan en otras latitudes pero cuando la practicamos aquí, les parece muy normal a los agitadores del régimen.
La exaltación nacionalista repugna cuando la hacen los demás pero cuando son los «nuestros» parece lo más razonable del mundo.
Nos escandalizamos porque a un «patriota » no se le renueve una beca, pero aquí discriminamos sin miramientos a los catalanes que no comulgan con el movimiento nacional sin que nadie alce la voz.
La doble vara de medir es la norma en todos los nacionalismos. No es un problema exclusivo, ni mucho menos, de Catalunya. Basta recordar a Orwell en su obra sobre el nacionalismo en la que decía: «Las acciones son tenidas como buenas o malas, no en atención a sus propios méritos, sino de acuerdo a quién las realiza, y prácticamente no hay clase alguna de barbarie cuya calificación moral no cambie cuando es cometida por “nuestro” bando».
Pero a los que discrepamos de esta forma de ejercer el poder nos toca denunciar nuestra realidad más cercana. Sumarse a «La ola» es lo fácil y cómodo pero no lo ético. Los nacionalismos tratan de convertir a los ciudadanos en «hooligans». La obligación moral de los ciudadanos es rebelarse a esa pretensión. Luego no vale ampararse en la obediencia debida.
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