La crisis está acabando con todo, seis millones de desempleados y muchos empleos basura, salarios que no crecen y que cada día recortan más aprovechando el paro y el miedo a despidos más baratos que nunca, los ricos cada vez lo son más mientras aumentan los que tienen poco o no tienen nada, millones de pobres o en riesgo de exclusión…
¡Las manifestaciones no sirven para nada! ¡Hay que acabar con esta gentuza o, cuando menos, es necesario darles un buen susto, nos están empujando a la violencia!… La indignación de Fernando subía de tono por momentos. Clamaba contra la corrupción de los políticos, contra los desmanes del gobierno Rajoy, contra la pasividad e ineficacia de la oposición, contra un PSOE incapaz de presentar una alternativa creíble, contra el régimen del Partido Único Catalán y contra el espionaje, el último de los escándalos conocidos… por ahora.
Fernando es de los pocos jóvenes que no están en situación desesperada. Hasta hace poco, ser mileurista era una desgracia. Ahora es un privilegio. Millones de personas y cientos de miles de jóvenes están sin trabajo y en muchos hogares hace tiempo que ya no tienen ningún ingreso. Pero Fernando tiene un empleo que parece sólido y estable con un jornal por encima del mileurismo que le permite sacar su casa adelante aunque Sonia lleva años buscando trabajo inútilmente. Pero administrándose con rigor, la pareja y los dos niños van saliendo adelante así que sus quejas, la indignación y el tremendo cabreo no son por lo que padece directamente sino por las injusticias que observa a su alrededor.
Y sigue clamando. Esta vez contra los desahucios, contra los bancos que dejan a las gentes sin casa pero las mantienen endeudados de por vida. Contra el aparato judicial, contra las leyes que protegen a esos banqueros criminales. Contra el Gobierno y el Parlamento que no mueven ni un dedo… ¡Las manifestaciones ya no valen! El paro, los recortes contra el estado de bienestar, los bancos que reciben miles de millones del estado para especular pero no tienen dinero para dar créditos a empresas que se hunden ni a familias a las que les roban la vivienda… el desmantelamiento de la sanidad y de la enseñanza públicas… todo eso es violencia, violencia extrema, violencia institucionalizada, violencia impune que está legitimando nuestra violencia contra los responsables! Hay que acosarles, que sientan el miedo en sus propias carnes… si la democracia no sirve, palos a quienes están acabando con ella…
Y aquí es cuando me planté. No puede ser, Fernando. La violencia engendra violencia y cuando esa espiral maldita se pone en marcha, siempre la padecemos los de abajo. Tenemos muchos ejemplos a lo largo de la historia. El último cuando la explotación y la miseria llevaron a la acción directa, a la violencia contra patronos y gobiernos en el primer tercio del siglo pasado, violencia que pagaron los trabajadores y sus familias a manos del pistolerismo patronal y a los pies de los caballos de los gobiernos de entonces. Y cuando la República empezó a amenazar los privilegios de los poderosos, violencia generalizada con la guerra civil que siguió al golpe militar… cientos de miles de represaliados, perseguidos, encarcelados y asesinados durante la dictadura de Franco, con una España de ruina y miseria de la que salimos con la llegada de la democracia, cuarenta años mas tarde.
Y la democracia sí que sirve, aunque sea el peor de los sistemas posibles a excepción de todos los demás. Con la democracia llegaron la sanidad y la enseñanza para todos, el desarrollo de las infraestructuras, las pensiones, la protección de la cultura, las libertades individuales, niveles de desempleo medio aceptables y, algo más tarde, la protección a los dependientes.
¡Vale! ¿Y qué ha ocurrido con todo eso?, contesta Fernando: La crisis está acabando con todo, seis millones de desempleados y muchos empleos basura, salarios que no crecen y que cada día recortan más aprovechando el paro y el miedo a despidos más baratos que nunca, los ricos cada vez lo son más mientras aumentan los que tienen poco o no tienen nada, millones de pobres o en riesgo de exclusión… los de abajo estamos pagando una crisis que han creado otros, no se suicida ningún banquero ni uno sólo de los especuladores, no entran en la cárcel ni ellos ni los corruptos, tampoco los jueces que permiten andar por la calle a los de los casos Gürtel o Palau, ni los que tardan años en empapelar a los bárcenas, urdangarines o a media familia Pujol.
Y tengo que reconocer que Fernando tiene razones para indignarse. La democracia no ha resuelto muchas de las cosas que tan airada y amargamente denuncia. Mejor dicho, le digo, el problema es que en España no tenemos democracia porque ha degenerado en partitocracia y cada vez es más urgente ponerle remedio. Hay que acabar con esa lacra antes de que sea demasiado tarde. Es preciso obligar a las mafiosas cúpulas de tantos partidos a retomar la noble causa del bien común y el honesto papel de intermediación y representación social que han perdido. Pero, ¿Cómo?
Ojalá yo tuviera la solución aunque, me atrevo a hacer algunas propuestas. Veamos:
Si el problema son los partidos, o mejor dicho, muchos de sus corruptos dirigentes, empecemos por ellos. Se acabó el tiempo en el que hubo que darles tanto poder para superar el odio a los partidos instalado durante el franquismo. Hay que acabar con los privilegios de sus dirigentes en la formación de candidaturas, mediante una reforma electoral con listas abiertas que mejore la representatividad y la proporcionalidad y que acabe con las ventajas de los nacionalismos, evitando que chantajeen a las fuerzas mayoritarias vendiéndose al mejor postor.
Hay que limitar progresivamente la financiación pública para que los partidos dependan de las cuotas de sus afiliados y de las aportaciones de sus cargos públicos, acabar con las donaciones de empresas y endurecer la legislación contra corruptos y corruptores, dotando a la justicia de leyes y recursos que les permitan meterlos en la cárcel rápidamente así como obligar al cumplimiento de las penas mientras no se recupere todo lo robado e impedir la adjudicación de concursos o servicios a los corruptores y a sus empresas.
También es imprescindible que se obligue a los partidos, mediante leyes y reglamentos, a la limitación de mandatos y a una renovación de cargos sin rotaciones ni trucos para perpetuarse en los puestos dirigentes y además, impedir la acumulación de cargos en unos cuantos miembros que, cubiertos bajo una manta se mantengan quitecitos para que ninguno destape a los demás. Los estamentos de ejecutivos, de dirección e institucionales deben ser incompatibles, ocupados por personas diferentes de manera que en las organizaciones políticas sea efectiva la separación de poderes.
El régimen disciplinario de los partidos debe ser absolutamente garantista y contar, en último caso, con el derecho a la tutela judicial para evitar las represalias y abusos que se aplican contra quienes discrepan o son molestos frente a los desmanes y el caciquismo de los aparatos.
Todo ello, Fernando, son medidas posibles y razonables contra buena parte de los males que nos asolan, los ocasionados por la partitocracia. Son medidas razonables y posibles a favor de la democracia aunque no debemos pararnos en los partidos. Hay que ir contra la degeneración que ellos han provocado de las instituciones, contra los estamentos de la judicatura que sólo por lenta y sin entrar en más detalles, ya adquiere tintes de verdadera injusticia generalizada. Hay que actuar, cuando lo merezcan –y son tantas las ocasiones en las que lo merecen- contra los gobiernos de todos los niveles. Actuar mediante la acción de la oposición o la de la justicia cuando corresponda, actuar y cargar contra ellos con la justificada ira de los indignados ciudadanos.
Hay que cercar y cargar enérgicamente contra los gobiernos, partidos y parlamentos que actúen de espaldas a los intereses generales como viene sucediendo en estos momentos. Y en eso puedo darte la razón, en parte: Aunque no hay que desecharlas en algunos casos, no sirven las manifestaciones por sí solas. Hay que ir también a grandes concentraciones, a acojonarlos, con perdón, en sus propias madrigueras, a no dejarles moverse impunemente, a que sientan aterrorizados en su propia nuca el aliento envenenado y justiciero de las víctimas de la situación, de las gentes a las que deben sus cargos y sus acomodadas vidas. Y que esas grandes concentraciones y esa presión amenazante se prolongue hasta hacerles la vida imposible, hasta obligarles a rectificar o a marcharse a sus casas dejando el sitio a otros más decentes.
Pero insisto, la violencia de la ciudadanía no está justificada y aunque moralmente lo estuviera, hay que desecharla siempre. Vamos a acabar, pacíficamente, con tanta gentuza pero tenemos que hacerlo entre todos, no vale que unos cuantos estemos resistiéndonos tan solos frente a tanta podredumbre, hacen falta millones de indignados, millones de comprometidos y sólo entonces, con millones de ciudadanos en acción se pueden plantear acciones contundentes para llegar hasta donde haga falta.
(*) Pepe Castellano es Presidente de Ágora Socialista y militante del PSOE.
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