Jesús Royo en La Voz de Bcn: Unas palabras para Artur Mas

‘La Generalidad debe ser sinónimo de legalidad, o sea de democracia. No puede usarla usted como coartada para sus ensueños mesiánicos. ¿Quién va a respetar la ley en Cataluña, si nuestro presidente autonómico es el primero que se la salta? Si desde la propia Generalidad se alienta la rebeldía contra los tribunales, en especial el Tribunal Constitucional (“con o sin permiso del TC”, se dijo), ¿qué respeto puede reclamar para sí misma?’.  

El nacionalismo es especialista en manipular el lenguaje, las ideas y los sentimientos. Todo en el nacionalismo es una gran manipulación: ideas simples e intereses ocultos. Tiene mérito, no hay duda: pero hay que estar al loro para levantarles el truco. Como a los trileros de la Rambla. Ojo, que te despluman sin enterarte.

El gran argumento para justificar la consulta -la cosa es evitar la palabra referendo- es que preguntarle al pueblo es un acto de democracia, y quien se oponga es facha y antidemócrata. La manipulación es burda, pero eficaz, a primera vista. Corresponde a ese estado de opinión, tan común en las barras de los bares, que dice: “¿No estamos en democracia? Pues entonces, yo hago lo que quiero”. Y en “lo que quiero” cabe todo, desde fumar en local cerrado hasta asesinar en serie. No, señor. Lo democrático es cumplir las leyes del Estado de derecho. Las leyes dictadas por mandato del pueblo soberano. Quien se las salta, aunque sea apelando a la voluntad popular, está atentando contra la voluntad popular. Un referendo fuera de la ley sería un desafío a la soberanía de los ciudadanos, sería parecido a un golpe de estado, con la paradoja de que utilizaría las urnas, símbolo de la voluntad popular, para cargársela. Crimen perfecto.

Señor Mas, respete la democracia, no corrompa un concepto tan noble, no haga trampas. Votar no siempre es democrático. Se vota en las asambleas mafiosas. Se votaba en los referèndums populars de hace un año, pura chirigota. Y se vota en las dictaduras. Los dictadores tienen especial querencia por los referendos. Ya se lo indicó su predecesor, el presidente autonómico Montilla, y poco menos que le saltó usted a la yugular, porque le dejaba al descubierto todo el tinglado. Y respete a la Generalidad. Que no es suya, ni de su partido, ni de la mayoría parlamentaria. Es nuestra, de todos los catalanes, y usted debe honrarla, no ofenderla. La Generalidad es Estado, sí: Estado español. Es el nombre que adopta la Comunidad Autónoma catalana de acuerdo con la Constitución española. No hay, ni puede haber, contradicción entre el poder de la Generalidad y el del Estado español. Si usted se vuelve contra el Estado, pierde automáticamente la representación de la Generalidad.

Dejando aparte la payasada de tapar al Rey con un tupido velo, que a veces, la verdad, parece que estemos imitando al Polònia, usted ha jurado el cargo no por la Constitución, sino por “fidelitat al poble català“. Sin duda queda muy bien, pero jurídicamente, ¿eso qué es? Toda esa apelación al “poble” para legitimar su peripecia contra el Estado, todo ese engolamiento y esa sobreactuación, es música celestial, etnicismo y palabrería. Con todos mis respetos, eso es trilerismo verbal: un timo. No se convierta usted en legi-timador.

La Generalidad debe ser sinónimo de legalidad, o sea de democracia. No puede usarla usted como coartada para sus ensueños mesiánicos. ¿Quién va a respetar la ley en Cataluña, si nuestro presidente autonómico es el primero que se la salta? Si desde la propia Generalidad se alienta la rebeldía contra los tribunales, en especial el Tribunal Constitucional (“con o sin permiso del TC”, se dijo), ¿qué respeto puede reclamar para sí misma? El principio democrático dice que las leyes y las sentencias se deben aceptar tanto si nos gustan como si no: ¡estaríamos buenos si solo debieran pagar impuestos aquellos a quienes guste pagar impuestos!

El camino que usted ha emprendido nos lleva al descarrilamiento, al tortazo seguro. Usted, al salirse de la ley, se ha echado al monte. Aunque usted diga que es el monte Olimpo, o el Sinaí, o el telúrico Montserrat. Y aunque desde el Olimpo se proponga llevarnos a Ítaca. ¿A Ítaca? No hombre, no, perdone: lo que usted quiere es llevarnos al huerto.

Jesús Royo es licenciado en Lengua catalana y en Filosofía